Soda cáustica (Vol. 2)

Para el Vol. 1, leer aquí.

Marcela lo había visto sentarse todos los días al fondo, como si huyera de la compañía de los demás. Ensimismado en sus propias tribulaciones, no hablaba con nadie. Con el ceño fruncido siempre, parecía estar constantemente discutiendo con su conciencia. No lo conocía, pero la curiosidad la hacía sentirse atraída al joven. Queriendo descifrar el misterio detrás de su apatía por la vida, lo saludó, le sonrió y empezaron a hablar todas las tardes antes de clases.

De sus conversaciones descubrió que estaba herido por la infidelidad de su ex novia; más dolido que enojado como aparentaba estar. Eterna optimista, Marcela vio en su nueva amistad una oportunidad de curarlo de su pena. Pronto las conversaciones salieron del salón, se extendieron de las horas de clase y los dos se hicieron inseparables, primero como amigos y luego como algo más.
Se gustaban. Se querían. Se probaron y vieron que todos somos adictos a estos juegos de artificio, porque lo que seduce nunca suele estar donde se piensa. Ella lo salvaba y a él se sentía salvado a su lado y eso los seducía. Pero él la necesitaba mucho más que ella a él. Hasta que Gustavo se percató de eso y pensó que Marcela no solo conocía de su debilidad y fragilidad, sino que tenía su corazón en sus manos, como una bomba de tiempo que podía detonar a su antojo, al dejarlo hundido en la miseria de la que lo sacó.
Traicionado por sus pensamientos e impulsado por la humillación pasada, las atenciones antes inofensivas de Gustavo se tornaron obsesivas. Haría todo lo posible para que las sonrisas, besos y abrazos de Marcela no terminaran con otro, para que ella, que era su oxígeno, no se agotara. Las llamadas ya no eran por hablar, sino para saber adónde estaba y con quién. El brazo alrededor de su cintura ya no era por sentirla cerca, sino para marcar su territorio.

Su humor cambiaba de la tranquilidad a la manía cuando la veía hablar con otro y no tardó en ser posesivo y autoritario con ella, quien de una extraña manera encontraba placer en la idolatría de Gustavo. Su ego no le permitía discernir los peligros de la sobreprotección de su novio y su amor ciego no la dejaba ver su comportamiento errático. Lo seguía viendo como el joven retraído al que hizo revivir con un "hola" y una sonrisa. Ella lo necesitaba a él para sentirse cuidada y querida.

Pero toda paciencia tiene su límite. Al sentirse asfixiada por el amor compulsivo de Gustavo, Marcela le dijo un día:
- Tienes que comprender, que no puse tus miedos donde están guardados. Y que no podré quitártelos si al hacerlo me desgarras. No quiero soñar mil veces las mismas cosas. Ni contemplarlas sabiamente. Quiero que me trates suavemente. Te comportas de acuerdo con lo que te dicta cada momento. Y esta inconstancia, no es algo heroico. Es mas bien algo enfermo.

Consumido en la furia, él le reclamó como un enajenado:
- Si algo está enfermo, está con vida lo que tus labios no puedan besar... se esfumarán y no escucharás más palabras lascivas en la terapia de amor intensiva.

Cuando vio la reacción de ella y las lágrimas asomándose a sus ojos, empezó a decirle arrepentido:
- Nena, nunca voy a ser un superhombre y sueles dejarme solo. El riesgo es el camino, es tan intenso y sueles dejarme solo. Afuera el frío embiste. Adentro el vértigo y sueles dejarme solo.

El daño ya estaba hecho y Marcela, asustada de la crueldad de sus palabras y reclamos, se alejó de él, esperando que el tiempo lo hiciera recapacitar. Pero Gustavo, enardecido por la cólera y el orgullo al verla partir, arremetió contra ella sentenciándola:
- De las historias pasadas ya no me aturde saber. Conoces mi perversión en una noche larga y esta noche es larga. No vuelvas, no vuelvas sin razón. No vuelvas, estaré a un millón de años luz de casa.

Al encerrarse en su habitación, recostarse en su cama y ver hacia el vacío, Gustavo reparó en que su corazón lo había delatado y estaba a merced de Marcela:
- Hay una grieta en mi corazón. Un planeta con desilusión. Sé que te encontraré en esas ruinas y ya no tendremos que hablar del temblor. Te besaré en el temblor, lo sé. Será un buen momento. Despiértame cuando pase el temblor.
Cuando despertó, pensó que esta vez no sería la víctima, sino el victimario.


Para el Vol. 3, leer aquí.

Comentarios

  1. Hola, que tal
    Herberth Cea acaba de retarte en IRON BLOGGER Ronda 2.
    Para mayor información:
    www.blogotepeque.com
    Espero aceptes y nos confirmes tu participación lo más pronto posible.

    ResponderEliminar
  2. :O típico, ¡maldita inseguridad v.v!

    ¡Raque, qué chivo!,me hice adicta haha quiero más :D

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Gracias por leer. Y por comentar. Y por existir. A veces es bonito simplemente escuchar un "Gracias".

Entradas populares de este blog

10 canciones de Pablo Alborán para cada necesidad

10 amigos explicados con personajes de Disney

Barbie girl